A veces pienso que todo lo que nos rodea es un espejo, un espejo donde me veo distinta. Cuando nos miramos al espejo, ¿lo hacemos para ver como nos ven los demás? ¿O para ver si el espejo nos devuelve la imagen que tenemos de nosotros mismos? A veces lo que más odiamos de los demás, es un reflejo de lo que más odiamos de nosotros mismos. Los espejos pueden ser traicioneros. Hay espejos en los que queremos reflejarnos. Hay espejos en los que uno ve lo que quiere ver, pero también lo que no quiere ver. Hay espejos en los que no queremos mirarnos. Hay espejos en los que uno no se reconoce. Pero, si no te gusta lo que ves en el espejo, no ganás nada rompiéndolo. Uno elige que ver en el espejo. Puede ver ese rasgo que detesta, o puede ver que tiene una sonrisa hermosa. ¿Quien no miró alguna vez en un espejo una imagen de uno mismo que no le gustó? No hay que luchar contra el espejo. Es una pelea perdida de antemano, sin sentido. Si no te gusta lo que ves en el espejo, reíte. Te vas a empezar a gustar un poco más. El espejo no miente. El espejo nos muestra las cosas tal cual son. Nos muestra lo que tenemos y también nos muestra lo que nos falta. Con nuestros ojos podemos ver todo, salvo a nosotros mismo, para eso, necesitamos un espejo. Hace falta mucho coraje para mirarse al espejo y aceptar lo que vemos. No existe el espejo que nos muestre lo que queremos ver, solo hay que mirarse al espejo y aceptar lo que vemos, porque eso, nos guste o no, es lo que somos.